Con los ojos de la memoria
Cuando comience el debate nocturno de hoy, la Argentina habrá comenzado a transitar la última semana de la campaña presidencial más larga desde la recuperación democrática de 1983. Casi siempre intensa, por momentos confusa, en otros pasajes dramática, después de las PASO y la primera ronda, podría decirse que el próximo domingo 22 será la tercera elección consecutiva, y todos esperan, también la vencida. Como consecuencia, un presidente surgido de un balotaje, primero desde la reforma constitucional de 1994, ocupará el Sillón de Rivadavia a partir del 10 de diciembre.
Lo que hoy ocurra en el debate importa. Por tratarse del primero de cara a definitoria segunda vuelta. Porque, en teoría, más allá de la campaña marketinera y los eslóganes de ocasión, los candidatos podrán explayarse sobre algunas de sus propuestas, hasta ahora intervenidas por sus equipos y los medios de comunicación, sobre todo los hegemónicos, que tomaron partido hace rato en la disputa.
El marco es la Facultad de Derecho de la UBA, la organizadora es una ONG llamada "Argentina Debate" y los moderadores pertenecen al staff profesional de los grupos Clarín (13/TN), Vila Manzano (América TV) y Telefónica (Telefe), pero con apertura a señales de TV y radios públicas y privadas que quieran sumarse a la transmisión diseñada en origen con sus propios conductores y columnistas.
Las reglas establecidas son bastante rígidas, aunque fueron consensuadas con los equipos de campaña. Los moderadores presentarán los temas y los candidatos deberán explicar cuáles son sus propuestas a la audiencia.
El modelo es el estadounidense, donde no existe legislación de ningún tipo para estos eventos, pero es costumbre que a instancias de la "sociedad civil", representada por un comité privado de ONG, los que pretendan ocupar la primera magistratura del país se sometan al escudriñamiento de sus electores a través de la pantalla entendida por ágora pública.
Tampoco existe legislación sobre la materia en la Argentina. Hubo proyectos, aunque ninguno prosperó. "Argentina Debate" estipuló una serie de requisitos para la convocatoria y fueron los equipos de los candidatos los que avalaron la iniciativa y legitimaron a los convocantes. Es probable que la mayoría de la audiencia ignore todo sobre una ONG tan eficaz como para conseguir que más de 160 licenciatarios de TV y radio, y los dos espacios políticos en disputa acepten sus reglas de juego. Se asume que no es ninguna rareza: la atención está puesta sobre Daniel Scioli y Mauricio Macri, los políticos contendientes, y no en la plataforma del programa.
La información sobre "Argentina debate", sin embargo, se encuentra disponible en la Web. Allí puede leerse que como ONG "busca visibilizar el valor del debate político y contribuir con un ámbito propicio el debate". Su objetivo declarado es "lograr el primer debate presidencial de la historia argentina en las elecciones de 2015, en torno a una agenda de prioridades del desarrollo, y sentar las bases para su institucionalización".
La web <http://argentinadebate.org/> también tiene un ítem "Quiénes somos": "Argentina Debate es una iniciativa impulsada por un grupo de jóvenes empresarios que comparten valores y su compromiso con el bien común, y CIPPEC, una organización independiente y apartidaria que trabaja para mejorar la calidad del debate público".
"Mañana se gastarán litros de tinta, toneladas de papel, horas de radio y TV en la lucha por la interpretación de lo ocurrido. Quién ganó, quién perdió, por qué este dijo una cosa y el otro la otra..."
Lo que sigue es el listado de miembros de su "Comité Estratégico", más una mini-bio, no disponible en el sitio pero al alcance de cualquier búsqueda rápida en Google:
Alberto Abad: contador público, ex síndico de la Nación durante el primer gobierno de Carlos Menem, ex jefe de la AFIP nombrado por Eduardo Duhalde, cargo que ejerció hasta 2008, cuando Cristina Kirchner le pidió la renuncia y la Fundación Konex lo premió. Actualmente integra el Comité Ejecutivo de Argencon, entidad empresaria que reúne, entre otras, al JP Morgan, Siemens, HSBC, IBM y el Banco Ciudad.
León Carlos Arslanian: abogado, profesor universitario, ex ministro de Justicia entre 1991 y 1992, ex ministro de Justicia y Seguridad de la provincia de Buenos Aires entre 1998 y 1999, ex ministro de Seguridad de la misma provincia entre 2004 y 2007, integrante de la APDH y ex miembro de la Cámara Federal que juzgó a las juntas militares.
Juan Pablo Bagó: empresario, director de Laboratorios Bagó. En marzo pasado, pagó 50 mil pesos para comer con Mauricio Macri, candidato de Cambiemos, en la cena de recaudación de campaña organizada por el PRO en el Salón Amarillo del predio palermitano de la Sociedad Rural.
Diego Blasco: director de Desarrollo Institucional de la Universidad Austral. Una persona con idéntico nombre participa en los cócteles de la Fundación Nuevas Generaciones (FNG) donde suelen confluir cuadros de gestión duhaldistas y macristas.
José Octavio Bordón: ex candidato a la presidencia con 5 millones de votos. Fue diputado, senador, ministro y gobernador de Mendoza. Ex embajador en los Estados Unidos durante el gobierno de Néstor Kirchner. Fue asesor de Roberto Lavagna y se declara amigo personal de Eduardo Duhalde.
Federico Braun: dueño de La Anónima, cadena de supermercados patagónica con 118 sucursales en 10 provincias argentinas. Accionista del Banco Galicia. Según el sitio <http://mapaeconomico.wikidot.com>, que reproduce MaPEA (Mapa del Poder Económico en Argentina), su sobrino, Miguel Braun, es director de la Fundación Pensar, centro de políticas públicas del PRO.
Nicolás Braun: director titular de Pampa Cheese SA, donde el Grupo Pegasus (propietario de Farmacity y de Freddo) es accionista y Miguel Braun figura como director suplente.
Gabriel Castelli: director del ICBC Bank y de la cadena Farmacity. Ex presidente de Cáritas. Fue, también, director de Loma Negra, propiedad de la familia Fortabat, cuyo albacea fue Alfonso Prat-Gay, hoy parte del equipo económico de Mauricio Macri.
Gustavo D’Alessandro: empresario, ex socio de Arcor, integrante de la red GAM (Generación por una Argentina Mejor).
Gerardo Della Paolera: economista, fundador de la Universidad Torcuato Di Tella. Egresado de la Universidad de Chicago. Actual profesor en la de San Andrés. Fue crítico del cavallismo, hoy junto a otros intelectuales llama a votar a Mauricio Macri.
Graciela Fernández Meijide: madre de Pablo, secuestrado y desaparecido durante la última dictadura cívico-militar. Integrante de la APDH, miembro de la CONADEP y fundadora del Frepaso. Ministra de Acción Social de la Alianza.
Marcos Galperín: presidente y CEO de MercadoLibre. Es presentado por el PRO y la Fundación Pensar como modelo de entrepreneur para apoyar su proyecto de "Ley Nacional de Emprendedores y Capital de Riesgo".
Santiago Lacase: fue gerente general de Burson-Marsteller, entre 2008 y 2014. Ahora tiene una consultora propia, Agora. Durante la década del '90 formó parte del Grupo Sophia, fundado por Horacio Rodríguez Larreta, think thank liberal del cual surgió María Eugenia Vidal. Actualmente, es miembro del Consejo Consultivo de Argencon –como Alberto Abad–, y profesor de Políticas Públicas de la Pontificia Universidad Católica Argentina.
Eduardo Levy Yeyati: economista y escritor. Dirige la consultora Elypsis y preside el CIPPEC. Trabajó en el banco de inversión Barclays. Asesora al Banco Mundial, al BID y al FMI. Es otro de los intelectuales que piden el voto a Mauricio Macri.
Juan Llach: economista, doctor en Historia egresado de Harvard. Fue precandidato a vice del radical Ernesto Sanz en la interna de Cambiemos. En el caso de que el "Juan Llach" que aparece sea Juan J. Llach, se trata de su padre, economista y sociólogo, ex ministro de Educación de la Alianza y firmante de la solicitada de intelectuales que llama a votar a Macri.
Carlos March: periodista argentino, dirigió la fundación Poder Ciudadano, entre 2000 y 2005. Hoy es el responsable de comunicación de AVINA. Es secretario de la Confederación de la Sociedad Civil de la Argentina.
Agustín Otero Monsegur: director de Granagrin SA, productora de novillos de exportación, y ocupa el mismo cargo en la empresa San Miguel, la mayor productora de limones del país, hoy asociada a la brasileña Brasil Foods, un gigante en la producción de proteínas a escala mundial, dueña de Sadia y Dánica, entre otros. Su familia fue dueña del Banco Francés y financista original, por gestión del ex ministro de la Alianza Juan José Llach, de la Universidad Tortuato Di Tella.
Adalberto Rodríguez Giavarini: economista, militar retirado, fue gerente de Control de Gestión de la Sindicatura General de Empresas Públicas entre 1975 y 1983. Llegó a ser canciller durante el gobierno de De la Rúa, previamente había sido el encargado de negociar con los organismos internacionales de crédito cuando actuó como jefe comunal porteño. Integra la Fundación Carolina y la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, junto a Manuel Solanet, Santiago Kovadloff y José Claudio Escribano.
Karina Román: contadora, según el Harvard Club de la Argentina, "preside la compañía holding de inversiones que forma parte de Organización Román, un Family Office con sede en Argentina, que realiza inversiones de equity y deuda directa con un enfoque de portafolio orientado a mantener una exposición diversificada en distintos sectores, incluyendo infraestructura, agricultura, energía, activos inmobiliarios y retail". Es miembro de Cippec. Hace poco, Román compró Barugel Azulay.
Fernando Straface: Cofundador del Cippec. Es magíster en Políticas Públicas de la Universidad de Harvard. Trabajó en el BID, en el Banco Mundial y tuvo a cargo el área de Reforma del Estado del Grupo Sophia, think thank fundado por Rodríguez Larreta. Durante el gobierno de la Alianza, fue director del Instituto Nacional de Administración Pública (INAP). Distintas versiones periodísticas lo señalan como futuro integrante del gabinete macrista en la Ciudad, Buenos Aires o, eventualmente, en la Nación.
El coordinador de "Argentina Debate" es el sociólogo Hernán Charosky, consultor de Transparencia Internacional, ex director de Poder Ciudadano, consejero del BID en proyectos apoyados por Open Society Institute, PNUD y USAID. Además, fue becario Fulbright e Investigador y Analista de la Oficina Anticorrupción, entre 2000 y 2007.
Que las dos personas que dirimen a través del voto sus chances de ser presidente hayan aceptado una iniciativa privada para debatir en cámara prueba varias cosas: que existe una amplia y robusta libertad de expresión en nuestro país, que la fuerte repolitización de la sociedad argentina que el kirchnerismo generó en los últimos 12 años crea nuevas demandas, que las audiencias exigen a los candidatos propuestas y locaciones más institucionales que los pisos de TV colonizados por líneas editoriales antipolíticas y que el próximo debate tendrá que regirse, si es que se lo pretende plural, traslúcido y apartidario en serio, además de respetuoso de la normativa general, por un instrumento que asuma la demanda ciudadana y jerarquice su ámbitos, sus reglas y su imparcialidad.
Hay países como Alemania, México, Brasil y Francia donde son obligatorios y reglados para que no haya ventajas entre los participantes. En todos ellos, el Estado tiene una participación primordial, garantizando la justeza y la difusión general del evento.
En nuestro país, hasta no hace mucho, las reglas y el espacio lo ponía un canal de posición dominante, que presionaba a los candidatos desde la propia pantalla para que se hicieran presentes. Era la sofocación del medio la que, a veces, lograba reunirlos. Aunque hubo quienes se negaron. En ese caso, hubo sanción mediática, pero nunca social. En general, los candidatos que se creen con ventaja en las encuestas desisten de participar. Tienen más para perder por un fallido durante la emisión que votos a ganar, cuando la brecha es muy amplia.
Pero un balotaje parejo en los pronósticos fortalece la idea de un debate, donde los candidatos compitan por los electores indecisos. Por eso hoy lo habrá, y será un antecedente para el futuro.
Mañana se gastarán litros de tinta, toneladas de papel, horas de radio y TV en la lucha por la interpretación de lo ocurrido. Quién ganó, quién perdió, por qué este dijo una cosa y el otro la otra, cuando le convenía haber dicho lo contrario o callarse.
Daniel Scioli y Mauricio Macri estarán bajo una gran lupa. Como es televisión, importará más el cómo se digan las cosas que lo que digan realmente ambos contendientes. Son las reglas que impone el medio: es pura imagen. Un gesto de cansancio, un bostezo inesperado, mirar demasiado hacia los costados, las reacciones de ira, las dudas reflejadas en el rostro, todo eso hablará más de ellos que las palabras o los proyectos que tengan para comunicar.
Pero no hay imágenes inocentes. Es decir: no habrá un cuadro general inamovible que tome a los dos candidatos de modo constante, sino que habrá decisiones del productor de la señal que privilegiará ciertos cuadros a otros. Por eso es necesaria un acuerdo futuro que no deje librados a la subjetividad de los programadores esos preciosos momentos del debate, y garantice algo parecido a la ecuanimidad posible en el trato, si lo que se busca es el acceso igualitario a la información pública, sin impedimentos como la falta de inclusión de personas con discapacidad, las representaciones de género, la necesidad del federalismo y del reconocimiento del nuevo mapa social, cultural y mediático de la nueva Argentina.
Porque un candidato que haya sido entrenado, aunque tenga un modelo pésimo para el país, puede ser el ganador de un debate televisivo, y alguien con mejores intenciones y proyectos con problemas para comunicar, casi seguro puede caer derrotado. ¿Se busca un presidente o un animador? ¿Alguien que genere bienestar social a través de las políticas públicas que aplique o un promotor de rating televisivo para calentar las pantallas de los canales?
A título de reflexión, haciendo un poco de memoria, hubo millones de personas que creyeron que Fernando de la Rúa podía ser estadista gracias al creativo Ramiro Agulla y sus spots. La realidad desmintió a Agulla, a De la Rúa y a todos los que lo votaron pensando que iba a hacer lo contrario a lo que hizo. El daño que le hizo el gobierno de la Alianza al país fue inmenso.
En una sociedad mediatizada es difícil sustraerse al influjo que ejercen los medios de comunicación. Mucho más, si son concentrados, como los de acá. Desobedecer sus reglas se paga con ostracismo o con demonización. Y, la verdad, las agendas, las locaciones, las moderaciones, el rating minuto a minuto, las intencionalidades ocultas funcionan como cancha inclinada para la política que se toma en serio a la política, porque los empresarios no creen en ella, salvo cuando necesitan una ley para acrecentar sus negocios.
Carlos Zannini, entrevistado por Alejandro Fantino, dijo el viernes que no aparecía en la televisión porque trabajaba, y que si iba a los canales tenía que dejar de hacerlo y eso complicaba la gestión de gobierno. Es reivindicable lo que dijo: un político que trabaja no tiene tiempo de ir a la televisión, y se los vota para que trabajen. En su caso, lo pagó con demonizaciones variadas: lo mínimo que le dijeron fue que era "el monje negro" del kirchnerismo; lo peor, que quería asesinar a su compañero de fórmula para quedarse con la presidencia, según Carrió y todo el sistema de medios que promocionan esas bajezas como si fueran relevantes.
Si vas, no trabajás. Y si no vas, los otros te relatan mal o, directamente, no publican nada de lo que hacés con tu trabajo mientras no vas a la televisión. Es un dilema. Cualquier solución es mala. Porque la sociedad mediatizada llegó para quedarse. El problema, en realidad, es cuando esa mediatización es ejercida por licenciatarios oligopólicos que por vía de la censura empresarial bloquean el acceso a la información pública de todos los ciudadanos, matriz que la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual –que todavía no pudo aplicarse por un Poder Judicial dependiente de las corporaciones– vino a regular.
Scioli y Macri debaten hoy. De cara al balotaje y a millones de electores que le darán o no la chance de ser presidente. Sería bueno, de todos modos, que el 22 de noviembre la gente elija sin la impresión mediática en sus retinas, porque lo que se vota es un proyecto de país y no el conductor de un programa de TV entretenido.
Como pasó con De la Rúa, la pantalla puede engañar, crear un estadista donde no lo hay, fabricar una ilusión que vaya del suspiro satisfecho al dolor inmenso por la caída, de los cien pasos hasta la Casa Rosada al helicóptero que huye hacia la noche oscura.
Los que nos tienen que ayudar a ver, de manera nítida, cuando se votan cosas tan trascendentes para las generaciones de hoy y las que vienen, son los ojos de la memoria.
A esos, no hay coach que los pueda engañar.
Fuente: infonews