Mamerto alquiló parte de su casa a una familia. En los primeros años él estaba desocupado y uno de ellos tuvo el gesto de conseguirle trabajo. Más tarde, otros integrantes le prestaron dinero para que fuera ampliando la casa, a una tasa de interés bajísima y a devolver en ¡30 años!
Ayudándose entre todos llenaron la casa de heladeras nuevas, aires frío-calor, equipos de música, y aunque no llevaban una vida de Disneylandia, por primera vez en su vida Mamerto viajó al exterior con el dinero que obtenía del trabajo que la familia con la que vivía le había conseguido. Comían mucho asado todos los domingos.
Un día la Chusma del Barrio -esa en la que todos creían y que repartía viralmente mentiras y miserias de todo el mundo- le empezó a llenar la cabeza a Mamerto: “vivís con chorros, vivís con chorros, ¿no viste que tenías 24 cucharitas de café y ahora tenés sólo 20? deshacete de esos chorros, yo te voy a recomendar una familia amiga que es pura alegría, amor y decencia".
De tanto escuchar a la Chusma, a Mamerto un día le agarró un odio terrible. Día y noche pensaba en las cuatro cucharitas. Seguro que se las robaron. Al final los echó al grito de “chorroooos, chorroooos, váyanseeee”, y así fua que les alquiló a los familiares alegres, amorosos y decentes que le recomendó la Chusma.
A los cuatro meses de convivir con ellos un día llegó a su casa y no podía creer lo que veía: la alegre y amorosa familia nueva lo había desvalijado. Los aire Split habían sido arrancados salvajemente de la pared, las estufas ya no estaban, en fin, le robaron todo lo que tenía en la casa, inodoro incluido. Cuando fue desesperado a contarle a sus compañeros de trabajo, se enteró de que su patrón lo había despedido.
Shockeado por la situación fue a golpear la puerta de la Chusma del Barrio para pedirle explicaciones. La vieja sin inmutarse ni pestañear le dijo con vos suave y persuasiva:
“Mamerto, vos no entendés nada, agradecé que por fin llegó a tu casa gente honesta y capaz! Todo el bienestar del que gozaste con esa familia de chorros con la que viviste estos años ha sido ficticio, y la nueva familia honesta ha venido a hacer su tarea. Por eso es que se han apropiado de todos tus muebles y electrodomésticos para devolvérselos a sus amigos empresarios por una simple razón: no son tuyos. Y no lo son porque vos te quedaste con dinero de ellos cuando te pagaban un salario mucho más alto del que te merecías realmente. Y agradecé que no estás preso: si hasta tu puesto de trabajo fue una mentira que le subsidiaban a tu patrón producto de la corrupción de los chorros con los que viviste antes. Sos cómplice. Así que antes de gritarme o enojarte, mejor sincerá la mentira de vida que durante estos años estuviste viviendo".
Mamerto siempre creyó con fe ciega todo lo que le decía la Chusma del Barrio y por eso se le fue el enojo. Le agradeció a Dios tener una mujer tan instruida que sabía tanto de familias honestas y familias chorras.
Se despidió de la Chusma y fue a comprar polenta con los últimos 30 pesos que le quedaban y se sentó a comer en el piso completamente feliz porque ahora tenía una vida sincera y sin chorros adentro de su casa. "Buenas tardeeeees" les dijo con voz forzadamente animada y un sumiso respeto cuando llegaron y lo vieron con las rodillas dobladas contra las duras baldosas de granito.
Desvalijado y sin trabajo, al poco tiempo tuvo que vender la casa al precio infame que le ofreció la Sociedad Anónima que conformaban su ex patrón, la nueva familia y... la Chusma del Barrio. Aceptó resignado, con la condición de que echaran a la empleada doméstica y le permitieran hacer ese trabajo a cambio de un plato de comida.
A veces por las noches se despierta a los gritos en el medio del banco de la plaza, horrorizado por la pesadilla. Temblando de miedo adentro de la bolsa de dormir, le cuenta a algún ocasional transeúnte que soñó con los horribles tiempos en los que por culpa de una familia de chorros que supo vivir en su casa antes de que llegara una familia honesta, tenía vacaciones, una casa propia repleta de cosas lindas y un buen trabajo... pero le faltaban cuatro cucharitas.
Ayudándose entre todos llenaron la casa de heladeras nuevas, aires frío-calor, equipos de música, y aunque no llevaban una vida de Disneylandia, por primera vez en su vida Mamerto viajó al exterior con el dinero que obtenía del trabajo que la familia con la que vivía le había conseguido. Comían mucho asado todos los domingos.
Un día la Chusma del Barrio -esa en la que todos creían y que repartía viralmente mentiras y miserias de todo el mundo- le empezó a llenar la cabeza a Mamerto: “vivís con chorros, vivís con chorros, ¿no viste que tenías 24 cucharitas de café y ahora tenés sólo 20? deshacete de esos chorros, yo te voy a recomendar una familia amiga que es pura alegría, amor y decencia".
De tanto escuchar a la Chusma, a Mamerto un día le agarró un odio terrible. Día y noche pensaba en las cuatro cucharitas. Seguro que se las robaron. Al final los echó al grito de “chorroooos, chorroooos, váyanseeee”, y así fua que les alquiló a los familiares alegres, amorosos y decentes que le recomendó la Chusma.
A los cuatro meses de convivir con ellos un día llegó a su casa y no podía creer lo que veía: la alegre y amorosa familia nueva lo había desvalijado. Los aire Split habían sido arrancados salvajemente de la pared, las estufas ya no estaban, en fin, le robaron todo lo que tenía en la casa, inodoro incluido. Cuando fue desesperado a contarle a sus compañeros de trabajo, se enteró de que su patrón lo había despedido.
Shockeado por la situación fue a golpear la puerta de la Chusma del Barrio para pedirle explicaciones. La vieja sin inmutarse ni pestañear le dijo con vos suave y persuasiva:
“Mamerto, vos no entendés nada, agradecé que por fin llegó a tu casa gente honesta y capaz! Todo el bienestar del que gozaste con esa familia de chorros con la que viviste estos años ha sido ficticio, y la nueva familia honesta ha venido a hacer su tarea. Por eso es que se han apropiado de todos tus muebles y electrodomésticos para devolvérselos a sus amigos empresarios por una simple razón: no son tuyos. Y no lo son porque vos te quedaste con dinero de ellos cuando te pagaban un salario mucho más alto del que te merecías realmente. Y agradecé que no estás preso: si hasta tu puesto de trabajo fue una mentira que le subsidiaban a tu patrón producto de la corrupción de los chorros con los que viviste antes. Sos cómplice. Así que antes de gritarme o enojarte, mejor sincerá la mentira de vida que durante estos años estuviste viviendo".
Mamerto siempre creyó con fe ciega todo lo que le decía la Chusma del Barrio y por eso se le fue el enojo. Le agradeció a Dios tener una mujer tan instruida que sabía tanto de familias honestas y familias chorras.
Se despidió de la Chusma y fue a comprar polenta con los últimos 30 pesos que le quedaban y se sentó a comer en el piso completamente feliz porque ahora tenía una vida sincera y sin chorros adentro de su casa. "Buenas tardeeeees" les dijo con voz forzadamente animada y un sumiso respeto cuando llegaron y lo vieron con las rodillas dobladas contra las duras baldosas de granito.
Desvalijado y sin trabajo, al poco tiempo tuvo que vender la casa al precio infame que le ofreció la Sociedad Anónima que conformaban su ex patrón, la nueva familia y... la Chusma del Barrio. Aceptó resignado, con la condición de que echaran a la empleada doméstica y le permitieran hacer ese trabajo a cambio de un plato de comida.
A veces por las noches se despierta a los gritos en el medio del banco de la plaza, horrorizado por la pesadilla. Temblando de miedo adentro de la bolsa de dormir, le cuenta a algún ocasional transeúnte que soñó con los horribles tiempos en los que por culpa de una familia de chorros que supo vivir en su casa antes de que llegara una familia honesta, tenía vacaciones, una casa propia repleta de cosas lindas y un buen trabajo... pero le faltaban cuatro cucharitas.
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